Queridos amigos, iniciamos este etapa cuaresmal, no como un tiempo más, sino como un espacio privilegiado para crecer y caminar con toda nuestra historia, fijando nuestra mirada en Jesús, quien se entrega generosamente por amor y amando.
Estos cuarenta días cuaresmales, iluminados por la Palabra del Señor, nos ayudan a tomar fuerzas y redescubrir lo que es más conveniente e urgente en nuestra vida.
Siempre en la Cuaresma hablamos de ayuno, limosna, oración y penitencia.
En muchas ocasiones vamos reduciendo estas palabras a no comer, a dar más ofrenda en el cestillo, a rezar un poco más y a confesar nuestros pecados, y si esto lo reducimos al simple cumplimiento es algo que no siempre nos ayuda en nuestro crecimiento interior.
Por tanto, en nuestra mano está que prácticas tan valoradas en la vida de la Iglesia las vivamos con muchísima más realidad, incorporándolas a nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, ayunar de pensar mal de mi vecino o mi amigo, de hablar mal de mi compañero, de quitar la buena fama y honra a quien no es de mi agrado; dar limosna, pero no de lo que nos sobra, sino de lo que nos cuesta y duele, como dar más tiempo a mi familia, ayudar a quien me necesita en estos momentos duros de crisis, dar un lugar a Dios en mi vida; orar por las realidades concretas de nuestro entorno y por aquellos que sufren sin esperanza; y reparar reconociendo nuestras fallos, confesándolos y a la vez transformándolos, siempre abierto al cambio, nunca a quedarse quieto ni parado. La transformación interior es el significado de la conversión.
Que esta Cuaresma nos ayude a todos a acercarnos al Señor, que acerca su mano para que nos levantemos y sigamos caminando hacia él.