viernes, 22 de abril de 2011

VIERNES SANTO




La liturgia de este día es austera y sobria, no exenta de majestad. La celebración del primer día del Triduo pascual se centra en la inmolación del Cordero que quita el pecado y en la señal de su muerte gloriosa: la cruz. Los fieles que recorran este Triduo santo, después del preludio festivo de la tarde anterior, tienen ocasión de pasar con Cristo, a través del misterio de la pasión, muerte y sepultura, a la luz de la resurrección.



El Oficio de lectura se abre con tres salmos de singular aplicación a Cristo que sufre en la pasión: el salmo 2, que evoca la conjura de los enemigos (cf. Hech 4,24‑30); el salmo 21, que Jesús recitó en la cruz (cf. Mt 27,39‑44), y el salmo 37, que describe el drama del hombre que sufre mientras sus parientes se quedan a distancia (cf. Le 23,49). La lectura bíblica (Heb 9,11‑28) muestra a Cristo como Pontífice y Mediador de la nueva alianza, entrando en el santuario celeste llevando su propia sangre redentora. La lectura patrística, de San Juan Crisóstomo, desvela la tipología del cordero pascual y comenta la escena de la lanzada.



Los Laudes insisten, mediante las antífonas sobre todo, en el valor redentor de la muerte del Señor y en el triunfo de la cruz, aspecto puesto de relieve, sobre todo, por el tercer salmo, el salmo 147. La lectura breve de esta hora, lo mismo que la de las tres horas intermedias, se toma del cuarto canto del Siervo de Yahveh (Is 53). Las antífonas de tercia, sexta y nona van desgranando los distintos momentos de la pasión, mientras los salmos (Sal 39; 53 y 87) suenan como la plegaria de Cristo en la cruz ofreciéndose al Padre.



Pero el centro de la liturgia del día lo ocupa la celebración de la pasión. La acción litúrgica debe comenzar después del mediodía, hacia las tres de la tarde, á no ser que por razones pastorales se prefiera una hora «más tardía». Los ornamentos sagrados que se usan son de color rojo, el color propio de los mártires en señal de victoria. Por eso el Viernes Santo no es un día de luto, sino de amorosa contemplación de la muerte del Señor, fuente de nuestra salvación.



La estructura de la celebración es muy simple y muy expresiva: la liturgia de la Palabra, la adoración de la cruz y la comunión. No hay más rito inicial que la postración, rostro a tierra, del sacerdote y los ministros, y una oración que pide al Señor que se acuerde de su misericordia, «pues Jesucristo instituyó el misterio pascual por medio de su sangre en favor nuestro». Una segunda plegaria, que se puede usar en lugar de la anterior, se inspira en 1 Cor 15,45‑49, y pide también que todos podamos alcanzar el fruto de la pasión de Cristo.



La liturgia de la Palabra se acre con el cuarto canto del Siervo de Yahveh (Is 52,13‑53,12), lectura profética aplicada a Jesús, que «entrega su vid como expiación», y que contiene una impresionante descripción de la pasión del Señor. El salmo (Sal 30) tiene como respuesta las palabras de Cristo en la cruz: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Le 23,46), que proceden del mismo salmo. En la segunda lectura, el Siervo aparece como el Sumo Sacerdote que, ofreciéndose a sí mismo como víctima, «se convirtió en causa de salvación eterna para los que le obedecen» (Heb4,14‑16; 5,7‑9). Finalmente, el evangelio es el relato tradicional de la pasión según San Juan. La liturgia ha reservado este pasaje conociendo la intencionalidad y el punto de vista del cuarto evangelio. Para Juan, la cruz es la suprema revelación del amor de Dios y de la completa libertad de Jesús (cl` Jn 3,16; 13,1; 17,1). Por otra parte, la presencia de María junto ala cruz y la escena de la lanzada, rasgos propios de este relato, tienen un extraordinario valor para la Iglesia, representada en la Madre de Jesús ‑la mujer de Jn 2,4‑ y en los símbolos del agua y la sangre que brotan del costado abierto de Cristo.



Después de las lecturas y de la homilía, la liturgia de la Palabra se cierra con la solemne oración universal de los fieles; bellísimo formulario que nos llega, con algunos retoques modernos, desde la liturgia romana del siglo v. La jerarquía y universalidad de las intenciones resulta sumamente aleccionadora.



A continuación tendría que venir el rito de la comunión, pero la acción litúrgica del Viernes Santo quiere concentrar la atención de los fieles no en el sacramento memorial de la pasión del Señor, sino en la señal de la cruz. La adoración de la cruz por todo el pueblo va precedida de la ostensión a toda la asamblea: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo». Durante la adoración se canta la antífona «Tu cruz adoramos», de origen griego, y el himno Crux fidelis:



“¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol, donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!»



La alusión al árbol del paraíso es clara: el fruto de aquel árbol produjo la muerte, el fruto de la cruz es la Vida misma. Los Improperios, por su parte, evocan el misterio de la glorificación y de la divinidad de Jesús, que muere herido de amor y lleno de ternura hacia su pueblo.



La participación eucarística con las especies consagradas la tarde anterior ‑de ahí el nombre de misa de presantificados de este rito‑ completa la celebración. Esta termina con la oración sobre el pueblo, invocando la bendición divina sobre él.



Aunque la acción litúrgica de la pasión sustituye a las Vísperas, sin embargo, la Liturgia de las Horas no prescinde de ellas. Y toma el salmo 115 de la liturgia pascual judía por su clara aplicación eucarística al sacrificio de Jesús (cf. 1 Cor 10,16; 11,26); el salmo 142, que parece un eco del poema del Siervo, y el cántico de Flp 2,6‑11, que descubre los sentimientos de Jesús durante la pasión. Después de la celebración de la pasión o de las Vísperas, la Iglesia se sumerge en el silencio de la espera de la resurrección.



El Viernes Santo es dio de ayuno; pero de un ayuno no penitencial, como el de la Cuaresma, sino pascua! (cf. SC 110), porque nos hace vivir el tránsito de la pasión a la resurrección. Este ayuno no es un elemento secundario del Triduo pascual. Por eso, la Iglesia recomienda que se guarde también durante todo el Sábado Santo.