CARTA
A TODOS LOS COFRADES
DE
LAS COFRADÍAS
SANTO
SEPULCRO, VIRGEN DE LOS DOLORES,
JESÚS
NAZARENO Y CRISTO DE LA AGONÍA
CON
OCASIÓN DEL JUBILEO DE LAS COFRADÍAS
EN
EL AÑO JUBILAR MARIANO,
EUCARÍSTICO Y DE LA MISERICORDIA
Muy
queridos hermanos Cofrades de nuestra parroquia, queridos todos en el Señor:
Junto a las
Camareras de la Mare de Déu del Castell,
he querido que en un día tan señalado para los creyentes y las cofradías con el
que damos inicio a la Semana Mayor, como es el Domingo de Ramos, vosotros que
representáis la «expresión viva de la religiosidad popular» de nuestro pueblo,
os dispongáis a ganar las indulgencias que se nos conceden para este año
precioso dedicado a nuestra Patrona la Mare
de Déu del Castell, como preparación para la celebración de su 60º aniversario
como Patrona principal de Corbera y el 45º aniversario de su Coronación
bendita.
El Señor Cardenal D. Antonio Cañizares hizo alusión hace
unos días en Menorca al estilo y vida de los cofrades, palabras que como eco
llegan también a todos nosotros, invitándoles a «ser ejemplo de la fe de Cristo
y practicar los valores del Evangelio», tarea que nos corresponde en este Año
Jubilar de la Misericordia a la Iglesia Universal, en el Año Eucarístico del
Santo Cáliz a nuestra Iglesia particular de Valencia, y el Año Jubilar Mariano
en nuestro pueblo de Corbera.
1. Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia: «Misericordiosos como el Padre»
En el Saludo de preparación para los días santos, os
proponía la
frase en imperativo que es a su vez un mandato cristiano: «Sed
Misericordiosos...», la cual nos
invita antes a fijar nuestra mirada en el que es misericordioso por excelencia
«[...] como vuestro Padre es misericordioso […]» (Lc. 6, 36), actuando siempre en consecuencia.
En
el Antiguo testamento, la predicación de los profetas nos enseñaba «la misericordia como una potencia especial
del amor, que prevalece sobre el pecado y la infidelidad del pueblo elegido» (Dives in misericordia nº. 4).
Ya
en el Nuevo Testamento, las parábolas nos presentan la imagen del Dios «Rico en
Misericordia» (Ef. 2, 4). En la Parábola del Hijo Pródigo, el padre es fiel a
su paternidad, fiel al amor que desde siempre sentía por su hijo, que se nos
muestra no sólo en la prontitud para acogerle, sino en la ausencia de reproches
y aquella manifestación de alegría en volverle al lugar que le corresponde, al
de Hijo, lo que suscita contrariedad y envidia en el hermano mayor. La
fidelidad de este padre está impregnada de amor, un amor generoso que no piensa
sino que actúa; ese es el amor de Dios: no piensa en los abandonos constantes
que tenemos hacia él, ni en nuestro egoísmo en sumo grado, sino que siempre da
el primer paso en la búsqueda de cada uno de nosotros. El regreso del hijo menor
es el regreso por el camino de la conversión, pero además es el camino de la
resurrección a una vida nueva.
La
misericordia, tal como la presenta el Señor en la parábola del hijo pródigo,
tiene la forma interior del amor de Dios, que es capaz de inclinarse ante todo
hijo pródigo, toda miseria humana, toda miseria moral o pecado. Cuando esto
sucede, el que es objeto de misericordia no se siente humillado, sino como
hallado de nuevo y revalorizado, es el encuentro de la dignidad perdida,
alcanzada sólo desde el amor. Ya nos lo dice san Pablo en el himno a la Caridad,
en la Primera carta a los Corintios: «El amor es paciente, benigno ... no es
interesado, no se irrita ... no se alegra de la injusticia, se compadece en la
verdad ... todo lo espera, todo lo tolera ... y no pasa jamás» (1 Cor. 13,
4-8). Vivamos sin preguntarnos tanto el porqué o el para qué de la
Misericordia, «Sed Misericordiosos» sin más.
2. Año Santo Eucarístico del Santo Cáliz: «El Cáliz de la Misericordia»
El concilio Vaticano II, nos recordó que el Sacrifico
Eucarístico es «fuente y cima de toda la vida cristiana», así también nos lo
recordó San Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia
de Eucharistia, por lo que la
Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en la Eucaristía, en la
que descubrimos su profundo amor para con los hombres. Sabemos verdaderamente
que en la Eucaristía nos muestra un amor que llega «hasta el extremo» (Jn.
13,1), un amor que no conoce medida: el nuestro es limitado, está medido y tasado;
el de Dios, no.
La Iglesia vive continuamente del sacrificio del Redentor, y
accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en
un contacto actual, pues en él se hace siempre presente. El sacrificio de
Cristo y el sacrificio de la eucaristía son un único sacrificio, siempre el
mismo. La misa hace presente el sacrificio de la cruz, no se añade y no lo
multiplica, lo que se repite es la celebración memorial, por lo que este sacrificio
se actualiza en el tiempo. La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual
Cristo se nos ofrece como alimento: «En
verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no
bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros» (Jn. 6, 55).
Por la comunión de su cuerpo y su sangre, Cristo nos
comunica también el Espíritu Santo, pero para ello debemos estar preparados.
Cuando vamos de fiesta siempre nos preparamos, nunca vamos mal vestidos ni mal
peinados, ponemos todo de nuestra parte para ir lo mejor posible, e incluso llamamos
la atención; eso mismo debe suceder cuando queremos ir a la Fiesta del Banquete
del Señor, la Misa, la Eucaristía: ir vestidos con un corazón limpio, con un
corazón rebosante de caridad, fruto del Espíritu que habita en nosotros y que nos impulsa a
vivir conforme a él.
La Eucaristía no es una «condecoración», dice el Papa
Francisco; es signo de comunión, signo de fe porque creo que está presente en
ella el Señor; no es un «premio», es el alimento de nosotros, los débiles, que
nos da fuerza para seguir el camino al encuentro con el Señor.
Durante este Año el Señor nos espera siempre para contemplarlo,
cada jueves y viernes está sobre el altar expuesto en la custodia, para mirarlo
y descargarle con nuestra mirada, pensamiento y labios silenciosos, todos
nuestros proyectos, angustias y necesidades; no lo dejemos esperándonos tantas
veces en la custodia, ya que siempre nos espera, como quien anhela al que está
lejos y regresa a casa.
3. Año Jubilar Mariano
Un año singular para toda Corbera es
este Año Jubilar Mariano, en el que nos preparamos para celebrar el 8 de
septiembre estos dos grandes acontecimientos: el patronazgo principal y la
coronación canónica de la Mare de Déu del
Castell.
Lo que la fe católica cree acerca de la
Virgen está fundado en lo que cree de Cristo nuestro Señor, y lo que nos enseña
sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo. Ella está unida a la Eucaristía y
a la Misericordia, es puente para dar gracias pero también instrumento de la
misericordia de su hijo, pues intercede como madre por todos nosotros.
La visita de la imagen peregrina a
nuestras casas, las salidas de la Virgen y las misas jubilares nos hacen
inequívocamente volver nuestra mirada sobre esta dulce madre, madre de
misericordia que vuelve a alentarnos a su paso y nos impulsa a seguir a su hijo
con palabras consoladoras: «haced lo que el os diga». Cada día, cuando hacemos
la oración a la Mare de Déu, nos
sentimos acogidos por ella que nos cuida
y protege, quien con mirada vigilante desea apartarnos de los peligros de la
vida a los que estamos expuestos, sin lugar a duda, cotidianamente, y que
desean apartarnos del rostro amoroso de Dios nuestro Señor.
Este Año Jubilar Mariano debe ser un año
para reconocer en Ella, la Mare de Déu
del Castell, la estrella que ilumina al pueblo de Corbera, y que nos
orienta al encuentro de un Dios que es rico en misericordia, rico en amor,
paciencia y compasión.
Cuántos momentos de alegría que pasamos
bajo su mirada, tantos de angustias y desconciertos… Pero en nuestro interior, como
el indiecito Juan Dieguito, escuchamos su voz dulce y cariñosa: «¿no estoy yo aquí
que soy tu Madre?», «¿no corres acaso bajo mi cuenta?».
Que estos tres grandes acontecimientos,
mis queridos cofrades, sean pilares para vuestra vida como cristianos, que
creen, esperan y aman. Amad la Eucaristía, vivid la misericordia con los más
débiles, y no apartéis vuestra mano de esta madre generosa
con todos.
Con mi bendición y cariño de amigo y
pastor, os deseo un feliz año jubilar y una fructífera pascua de resurrección.